Andalucía
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Artículo de María Jesús Monedero, publicado en la edición de Diario Córdoba del día 2 de abril de 2020

Cuando yo era pequeña (hace bastante, uffg), en los libros de texto se hablaba de razas. Los seres humanos se dividían en raza blanca, negra, amarilla, cobriza y aceitunada. Lo tenía en la memoria pero lo he encontrado confirmado en la red. Es más, Antonio Muñoz Molina aludía a esta clasificación en un artículo, de 1995, como preámbulo a otras reflexiones. «En Atlanta, (…) un congreso de biólogos y antropólogos ha desbaratado por igual las coartadas del orgullo de raza y del desprecio de raza, dándole con 60 años de retraso la razón al atleta negro Jessy Owens, quien al ganar su medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, contestó al nazi que le preguntaba si se sentía orgulloso de su raza: «Sí señor. De la raza humana».No he encontrado la fuente directa de la respuesta de Owens, que ha sido muy glosada, y, por contra, sí he leído, en muchos lugares, la discriminación fuerte que tuvo que sufrir Jesse Owens al volver a unos Estados Unidos que mantenían la segregación racial. Pero esa frase la compro.

Hace unos días, en una entrevista en la Cadena Ser, un representante de la comunidad china, que había donado mascarillas, incidía mucho en este sentimiento de comunidad humana por encima de territorios y países. Hay quien se siente muy a gusto con sus banderas. No critico que cada quien tenga su ratito de nostalgia ( yo también tengo un banderín en la estantería) de su infancia, su adolescencia, aquel lugar en el que pasó unos años. Pero ante todo somos seres humanos. Y yo, no solo yo, muchas personas afortunadamente en estos momentos, no podemos olvidar los diez años de guerra en Siria, Gaza y Cisjordania con sus controles continuos, El Congo, fronteras en Sudán, Yemen, los campos de refugiados, Moira tan cerca. Tantas situaciones que nos confrontan con las pequeñas incomodidades de nuestro encierro.

No quisiera ser injusta. Me considero una privilegiada, también en relación con realidades más cercanas geográficamente. Sé muy bien que no es lo mismo una vivienda grande que un espacio, muy reducido, con muchas personas y con la amenaza de perder el trabajo. Araceli R. Arjona escribió, el 21 de marzo, un reportaje de lectura imprescindible: Coronavirus en Córdoba: los barrios pobres, una bomba de relojería. Y más. En nuestra propia ciudad, hay personas que no tienen fácil acceso al agua, ni a productos de limpieza en general, como denuncia Acisgru, la organización que trabaja con familias romaníes. No solo en Córdoba. Pastori Filigrana escribía en twitter el 19 de marzo. «Los asentamientos chabolistas de trabajadores temporeros, en su mayoría subsaharianos, siguen sin agua en mitad de un estado de alarma por pandemia en #Huelva». No creo que esta noticia haya caducado.

Y, puesto que tenéis tiempo, voy a recomendar otras lecturas. Hay muchas pero he escogido estas:

Joaquín Estefanía, El naufragio moral de Europa. David Trueba La distopía nuestra de cada día (por las redes ha circulado uno de sus párrafos), Isaac Rosa Ante la muerte somos iguales.

Dedico el título de este artículo a mi amiga Amelia, a la que le gusta saludar con un ‘Hola, ser humano’.

En la imagen: Claudia and her children at the shelter for the Migrant Caravan in Mexico City. November 2018. ©  Sergio Ortiz/Amnesty International