Castilla y León
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Todas las historias comienzan por un “seguro que esto ya te lo han contado”. Son muchas las situaciones machistas que vivimos las mujeres en nuestro día a día. La cosa se triplica si hablamos de la noche o de los ambientes de fiesta, donde a través de la “justificación” de cómo vas vestida, puedes ser objeto de cualquier comentario o tocamiento. Historias que se repiten y que hacen que las mujeres no podamos sentirnos libres y caminar sin miedo. Dime, ¿Cuántas veces has caminado sola de noche con miedo? ¿Cuántas veces te han juzgado por tu vestimenta o tu físico? ¿Cuántas veces has vivido la sensación de ser menospreciada en una relación sexual? O, ¿cuántas veces te has sentido desvalorada por el mero hecho de ser mujer?

A lo largo de estos días, desde Amnistía Internacional Castilla y León, hemos contado con varios testimonios de situaciones machistas para mostrar esta realidad que vivimos las mujeres a diario. Para ello, hemos creado un personaje ficticio llamado ‘Violeta’, en honor al color del feminismo. A través de las declaraciones que hemos recibido, hemos simulado un día de la vida de Violeta, en cual se topa con diversas situaciones machistas. De este modo, revindicamos así que no son casos aislados, sino situaciones que nos ocurren a todas.

MAÑANA

Es de día, como cada mañana, Violeta se levanta para ir al trabajo. Desayuna, se viste y se va.  No es una chica que siga los cánones establecidos como “femeninos”.  “Siempre he tenido que escuchar frases como ‘¿por qué no te sacas más partido? Con lo guapa que eres y el cuerpo que tienes’.  Lo mismo ocurre con el caso de maquillarte y peinarte”. Unos comentarios que se repiten constantemente y que acaban haciendo daño a Violeta.

De camino al trabajo, un grupo de chicos se han quedado mirándola con cara de babosos. “Siento rabia, porque sé que lo hacen porque voy sola y me ven indefensa”.  

Aun así, Violeta llega al trabajo emocionada. Hoy, es un día importante para ella, presenta un proyecto, en el que ha invertido muchas horas de dedicación. Ella junto otro compañero han creado esta idea con la ayuda de un informático. Su compañero no va a estar en el encuentro, por lo que defenderá el proyecto junto al informático. La emoción de Violeta decae según va avanzando la reunión. “El hombre al que se lo presentamos tan sólo se dirigía a mi compañero. Él no había formado parte del desarrollo creativo y no conocía tanto el proyecto como nosotros. Pasé a un segundo plano en toda la conversación. Hubo un momento en el que se puso a hablar de la pobreza en nuestra ciudad y me dijo que no iba a contar más porque sino yo me iba a poner a llorar. La conversación continuó y seguí al margen. Al finalizar, nos contó el sistema informático con el que contaban y recalcó que las mujeres usábamos más los colorines y las tablas, como si fuera algo malo y tacharnos de tontas. Me sentí infravalorada por el hecho de ser mujer”.

Esta no ha sido la primera vez que Violeta se ha sentido menospreciada en el ámbito laboral. En su primer trabajo, le ocurrió algo similar.  “Estaba trabajando como dependienta y un cliente me fue a pagar con la tarjeta. Mientras, estaba introduciendo la cantidad, me dijo: “oye, mira a ver qué pones que las mujeres os confundís mucho”. No le contesté porque estaba trabajando, pero mi reacción fue fría. Él lo notó y al salir, me dijo:“hasta luego, guapa”.

Al llegar a su puesto de trabajo Violeta le cuenta lo ocurrido a su compañera. Esta le comenta otra situación parecida que ha vivido ella. “Yo soy una mujer con mucho pecho, que llama la atención tanto en los hombres como en las mujeres. Esto es un problema para mí, ya que en numerosas ocasiones cuando he hecho una entrevista de trabajo, los hombres que me estaban entrevistando me miraban constantemente el pecho. Para mí era horrible intentar mantener una conversación seria con esa persona mientras se daba esta situación”.

MEDIODÍA

Violeta reflexiona sobre lo ocurrido mientras regresa a casa.  Recuerda como hace poco un hombre se metió en su portal, intentado perseguirla a plena luz del día. “Al llegar a mi edificio, vi a un hombre que parecía que estaba vendiendo algo. Me vio entrar, pero no le di mucha importancia. Subí a casa y al rato, escuché el timbre. Decidí no abrir y pasé, aunque cerré la puerta por dentro. Estaba sola. De repente, sonó el timbre de casa.  Me asomé a la mirilla y era el hombre del portal. Llamó varias veces y se quedó un rato largo esperando a que le abriera. Después de un tiempo, bajó las escaleras. Pero, desde la mirilla, yo vi que se quedó parado en mitad del descansillo, como para esconderse. Finalmente, tras un buen rato, se fue, pero lo pasé realmente mal”.

Hoy, sin embargo, la casa de Violeta está llena de gente, ya que toca celebración familiar. Un acto, en el que revindica más colaboración masculina. “Normalmente, son las mujeres las que se levantan a servir, a recoger y hacer las cosas; mientras que los hombres, se quedan sentados a esperar a que llegue la comida. Además, también suelen ser las mujeres las que se sientan al lado de la cocina para estar más accesibles a ella”.

Otro aspecto que le sienta peor es cuando habla del tema con sus amigas y le dicen que sus parejas les ayudan en casa. “¿Perdona? En casa, ambas partes comparten las tareas. Parece que tenemos asumido que la mujer es la que tiene que desempeñar el rol de cuidadora y las tareas del hogar”, reivindica Violeta.

TARDE

Esta tarde Violeta tiene una cita. Ha quedado con un chico de Tinder con el que lleva hablando varias semanas. La verdad es que, aunque tiene muchas ganas de conocerlo, siente cierto miedo por saber qué se puede encontrar. Sus últimas experiencias no han sido demasiado buenas. Hace poco, conoció a un chico con el que se acostó y le soltó un comentario inapropiado en la cama, diciéndole lo siguiente: “qué tetas más pequeñas”. Violeta se cabreó y le preguntó que por qué decía eso, él respondió: “no, no, o sea, que me gustan, pero creí que eran más grandes”. Desgraciadamente, esta no ha sido la única mala experiencia de la joven.

Hace un año vivió una situación aún más desagradable. “Yo llevaba quedando con un chico un tiempo y comenzamos una relación entre los dos. Nos conocíamos de antes, al principio éramos amigos y poco a poco, nos dejábamos llevar y algún día de los que quedábamos nos besábamos, pero la cosa no iba a más. Yo no quería dar el paso, porque realmente no me fiaba de él por su manera de actuar en ciertas ocasiones, y algunas experiencias que había tenido. Por eso, preferí esperar. Él tampoco forzó la situación. Finalmente, un día quedamos en una casa solos y empezamos a besarnos. En ese momento se quedó tumbado encima de la cama y yo no entendía qué hacía. Al final, el sexo es algo de los dos, no solo de uno”.

“Yo me empecé a sentir muy incómoda. Todo el rato me bajaba la cabeza para que le hiciera sexo oral, pero yo no quería y él insistía. Le dije que realmente no me estaba sintiendo bien y que ambos debíamos poner de nuestra parte. Mi amigo aceptó, pero seguía sin moverse y me llevaba a las zonas donde le podía dar más placer. Al final, decidí levantarme de la cama e irme. En ese momento me sentí como un objeto y como un cuerpo usado, del cual él no veía más allá que disfrutar a su manera y a su forma”.

“Me fui de allí llorando. Nunca más volví a saber de él. Ahí demostró su objetivo. Me costó reponerme de eso, porque según pasan los años eres más consciente de cómo van las relaciones sexuales y te duele mucho verte en este tipo de situación. Gracias a mis amigas, me di cuenta que no era la única que le había pasado esto, por desgracia. Por eso, sentí la necesidad de levantarme de esa cama e irme. Igual en otras circunstancias con menos experiencia, me hubiera quedado. Pero, esta vez no estaba dispuesta hacerlo”.

NOCHE

Es viernes por la noche y tras una semana dura de trabajo Violeta decide salir de fiesta con sus amigas. En su bolso guarda 10 euros de más para el taxi que cogerá después para volver a casa. “Últimamente, suelo regresar en taxi para no pasar ese miedo ni ese mal rato”. Recuerda una vez que se fue de viaje con una amiga y un hombre las persiguió por la calle. “Empezamos a notar que nos seguía alguien. Estábamos en una ciudad desconocida, por lo cual no sabíamos muy bien el camino, lo que hizo que incrementara bastante nuestra angustia. A esas horas no había nadie por la calle, a pesar de ser una avenida principal. Intentamos despistar al hombre y decidimos pararnos un momento, pero este seguía todos nuestros pasos.  Continuamos y por el camino nos encontramos a otra chica, a la cual nos acercamos un poco para darnos apoyo mutuo y no sentirnos solas. Al momento, ella se metió en un portal.  El hombre continúo detrás de nosotras hasta que finalmente llegamos a un bar que estaba cerrando, y le contamos la situación a un grupo de dos chicas y un chico que decidieron acompañarnos hasta nuestro alojamiento. Fue una situación muy angustiosa”.

Al entrar en la discoteca, Violeta y sus amigas se hacen hueco para pasar al fondo del local. Mientras, caminan hacia el lugar varios grupos de chicos quienes las piropean, e incluso, uno le toca el culo a Violeta. Esta se gira y pregunta quién ha sido, ellos ríen y no contestan a su pregunta. Siente rabia. Ella no es ningún objeto sexual. Se pregunta: «¿con qué derecho me pueden tocar o lanzar este tipo de comentarios?». Violeta rememora un momento similar que vivió cuando tenía 15 años.  “Estaba en una discoteca con unos amigos. Habíamos bebido y estábamos bailando. Cerca de nosotros había un grupo de chicos y una chica. La chica y yo empezamos a hablar. A mí me gustaba y pensaba que yo a ella también. Mi amiga y yo nos acercamos a su grupo, en el cual había por lo menos 6 o 7 chicos más. En un momento dado perdí de vista a mi amiga y me encontré rodeada de varios chicos que empezaron a tocarme el culo. Salí de ahí y me enfadé con ellos y con la chica. Ella no me creyó y dijo que eso su hermano y sus amigos no lo harían nunca. Les empecé a gritar que a mí no me iba a tocar nadie sin mi consentimiento, mientras ellos no paraban de reírse, incluida la chica”.

«Al salir de la discoteca y subirnos al coche le conté la situación a mis amigos. Uno de ellos me dijo: «claro, es que, si vas provocando, qué esperas…». Casi me bajo con el coche marcha. Tan solo mi amiga fue la única que me apoyó en ese momento”.

La noche ha acabado y Violeta camina sola hacia el taxi. Se ha despedido de sus amigas, de las cuales mutuamente se han dicho que se avisen cuando lleguen a sus casas. Algo que tristemente se ha convertido en una tradición cada vez que salen. Violeta saca el móvil de su bolso y manda un audio. “Ahora voy por la calle, es de noche y me siento asustada. Te voy a seguir mandando el audio aunque no tenga nada que decir”.