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Crónica desde un campamento en la isla de Lesbos: el mayor éxito fue la sensación unánime entre los y las activistas de que trabajando juntos y con mucho esfuerzo podemos conseguir cosas, podemos tener un impacto.

Texto: Diego Fernández-Maldonado @DiegofmDelpino

El pasado julio, 35 activistas de 8 secciones europeas de Amnistía Internacional —entre las que tuve el orgullo de participar como activista español—, miembros de otras organizaciones locales, y personas refugiadas, nos reunimos durante una semana en la isla griega de Lesbos para desarrollar un campamento como parte del proyecto “Refugees Rights Action Lab”

La delegación española para este proyecto estaba compuesta por un miembro del personal contratado, un activista y un refugiado-activista. Empezamos a reunirnos en marzo con el objetivo de desarrollar un plan de trabajo en materia de refugio con dos enfoques muy diferenciados: buscar fórmulas para fomentar el activismo local, por un lado; y desarrollar, junto con nuestros compañeros de otras secciones, una acción con impacto a nivel europeo, para que los Gobiernos cumplan sus compromisos de acogida y sensibilizar a nuevas audiencias para que actúen a favor de los derechos de las personas refugiadas. Teníamos por delante nueves meses de arduo trabajo, con el encuentro europeo en Lesbos a mitad de camino actuando como gran aliciente.

Todos playa

 

Los primeros días en Lesbos: una montaña rusa de emociones

Para ningún participante del campamento era un secreto que no es lo mismo desarrollar tu activismo desde Madrid, Dublín o Viena, que desde Lesbos, uno de los epicentros de la crisis de refugiados en la Unión Europea. Al pisar suelo griego pudimos evidenciar las consecuencias de las políticas europeas en materia de asilo y refugio, especialmente tras la entrada en vigor del acuerdo Unión Europea-Turquía. Miles de personas atrapadas, sin posibilidad de ser trasladadas a la Europa peninsular, sobreviviendo en campos militarizados repletos de precariedad y brutalidad policial, a la espera de un futuro incierto, con el miedo latente de ser devueltos a Turquía.

Personalmente, el campamento, a pesar de haberme enseñado muchas cosas, desde el contexto local hasta las herramientas de activismo, se compuso sobretodo de personas: de historias de sufrimiento, de lucha, de éxito. Uno no podía evitar sentirse conmocionado y trastocado constantemente. Ya no estabas leyendo fríos testimonios en un informe, te lo estaba contando de primera mano la persona que lo está sufriendo:

“Ha llegado una embarcación al norte de la isla con 20 ocupantes, 9 de ellos menores. Todos están bien”, nos contaba casi a diario Thanasis, un miembro de la ONG local que nos acogía, Lesvos Solidarity.

Recuerdo viajar 15 minutos por la carretera, con las costas turcas en el horizonte, a dar una vuelta por Mytilene, la capital de Lesbos, y encontrarme en la plaza principal con Arash, un refugiado iraní que llevaba 25 días en huelga de hambre protestando por el encarcelamiento injusto de otros 3 refugiados. (El 8 de agosto los compañeros de Arash fueron liberados, y él finalizó su huelga de hambre tras 41 días).

Al tercer día de nuestra llegada a la isla, una protesta pacífica de los ocupantes de Moria, el campamento de refugiados más grande de la isla, fue disuelta por la policía griega con gases lacrimógenos, violencia indiscriminada y arrestos colectivos y arbitrarios. Algunos de los afectados habían participado en los dos primeros días de taller con nosotros. Habíamos compartido charlas y mesa de comedor. Sentir que no puedes hacer nada para ayudar inmediatamente duele mucho, y el estado anímico de muchos activistas a mitad de semana estaba por los suelos.

Turkey

 

La movilización como herramienta de cambio: el activismo en acción

No podíamos permitir que la desesperanza y el pesimismo se apoderaran de nosotros. Juntos, repusimos fuerzas y nos pusimos manos a la obra para desarrollar una acción de movilización con impacto en toda Europa. En tiempo récord, organizamos la logística, la convocatoria de medios, el despliegue en redes sociales y el trabajo con activistas y población local para llevar a cabo un acto simbólico que visibilizase la realidad: El acuerdo Unión Europea-Turquía atrapa a las personas en las islas griegas y únicamente crea sufrimiento.

El acto fue todo un éxito tanto local —tuvimos más de 150 “actores y actrices”— como mediático —la BBC, entre otros medios locales e internacionales, acudieron al acto y emitieron reportajes al respecto—.

Sin embargo, el mayor éxito fue la sensación unánime entre los y las activistas de que trabajando juntos y con mucho esfuerzo podemos conseguir cosas, podemos tener un impacto. Queríamos conseguir más, y a ello dedicamos los últimos días de nuestro campamento: a intercambiar ideas innovadoras sobre activismo que han funcionado en algunos países, a estrechar vínculos entre secciones, a buscar y perfeccionar fórmulas para llevar la voz de las personas refugiadas al máximo de gente posible.

La vida después de Lesbos: El activismo como forma de vida

Dejé muchos nuevos amigos en Lesbos. Gente maravillosa. Algunos se quedan allí porque tienen un corazón enorme y están ayudando como pueden en el terreno. Otros se quedan porque tienen el pasaporte equivocado. Me dejé muchas lágrimas en Lesbos también. Lágrimas de tristeza y de impotencia.

Sin embargo he traído a Madrid un saco lleno de ideas y un espíritu renovado para seguir cambiando el mundo, tanto con mis compañeros y compañeras de Madrid, como con la red de contactos por toda Europa que se cosió en tierras griegas.

Queda mucho por recorrer en la lucha por los derechos de las personas refugiadas. El camino es arduo y las incógnitas son innumerables. Pero una cosa sí me queda muy clara tras esta experiencia: el activismo europeo está muy vivo. Y la lucha por los derechos de las personas refugiadas, también.