El pasado 8 de septiembre, por la noche, las esperanzas de miles de personas se volvieron a truncar en el campo de refugiados de Moria. Cerca 13.000 inmigrantes, residentes en la isla griega de Lesbos, vieron como lo poco que les quedaba se hacía cenizas. Otra vez el contador se puso a cero. Vuelta a empezar. Pero esta vez, las circunstancias eran diferentes. Sin techo en el que cobijarse, con una pandemia de por medio y sin apenas medios, estas personas refugiadas se han visto obligados a vivir en la calle.
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