RIADA MALDITA
La gente fluía sin miedo, sin alertas, como un día lluvioso más; se movía por las calles, los comercios, las viviendas. Día de paraguas, de recoger a los niños en el colegio, de ir a trabajar, de salir para comprar o de visita. Pero el cielo quiso abrir sus compuertas justo ese día y descargó […]
La gente fluía sin miedo, sin alertas, como un día lluvioso más; se movía por las calles, los comercios, las viviendas. Día de paraguas, de recoger a los niños en el colegio, de ir a trabajar, de salir para comprar o de visita.
Pero el cielo quiso abrir sus compuertas justo ese día y descargó un aguacero sobre pueblos y cultivos. Esa lluvia, tan deseada como necesaria, ahora se recordará como maldita. La riada ocurrió de repente y hundió en el barro a hombres y mujeres sin piedad; tardó solo un minuto en engullir su mundo y sus almas, porque ellos estaban allí y la advertencia llegó tarde. Cuando los teléfonos transmitieron el zumbido de alerta, hacía horas que nuestros paisanos gritaban encima de sus coches y los barrancos habían escupido el lodo. Nada pudo impedir que el agua descubriera su camino natural para llegar al mar, aunque para ello haya tenido que atropellar y arrastrar todo lo que encontró a su paso.
La riada llenó de miedo y confusión a quienes vimos las imágenes de las casas anegadas por agua y barro, de los puentes derruidos, de los coches flotando en aquel río repentino. Nos ha hecho recordar nuestra vulnerabilidad y que la vida cambia en un solo segundo. Se han perdido muchas vidas, valiosas e insustituibles; demasiadas viviendas de vecinos, desmesurados recuerdos; excesivos negocios que alimentaban familias.
¿Quién va a restituir las calles que ahora son un cementerio de coches amontonados? ¿Cómo se pueden recuperar los parques donde jugaban los niños que ahora están tapados con lodo? ¿De qué manera se consigue aplacar los llantos de quienes lo han perdido todo?
Y, una vez más, fue la ciudadanía quien se llenó de coraje y dio muestras de unidad, de altruismo, y se formaron largas colas de gente para ayudar a gestionar el inmenso caos.
“Esa humanidad que compartimos”[1].
Pero ya nada podrá ser igual desde entonces, se nos han incrustado en la memoria los gritos de las personas sorprendidas por la tromba pidiendo ayuda; el rastro perdido de la gente desaparecida.
La normalidad no es posible, ya no existe y será difícil volver a conseguirla por las profundas cicatrices que ha dejado la tormenta.
«El mundo puede cambiar, pero no va a cambiar solo«[2].
Virginia Ten
Matrona, cooperante, escritora, colaboradora de Amnistía Internacional Valencia.
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[1] https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/noticias/noticia/articulo/correos-emite-un-sello-dedicado-a-amnistia-internacional/