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En la celebración del Día de las Personas Cooperantes, hemos invitado a una colaboradora de Amnistía Internacional a compartir sus experiencias como matrona en Senegal, Perú e India. Agradecemos su trabajo por las personas más desfavorecidas, el trabajo de profesionales que dedican su tiempo a hacer que el mundo sea un poquito mejor para ellas. […]

En la celebración del Día de las Personas Cooperantes, hemos invitado a una colaboradora de Amnistía Internacional a compartir sus experiencias como matrona en Senegal, Perú e India.

Agradecemos su trabajo por las personas más desfavorecidas, el trabajo de profesionales que dedican su tiempo a hacer que el mundo sea un poquito mejor para ellas.

Porque el mundo puede cambiar, pero no va a cambiar solo.

El día 8 de septiembre es una fecha especial porque se celebra el Día del Cooperante que, según la definición de la R.A.E., es “una persona que trabaja en proyectos de cooperación internacional para ayuda al desarrollo o ayuda humanitaria”, pero yo diría que es mucho más que eso, pues define a personas altruistas con un alto grado de compromiso que quieren un mundo más justo y aportan su esfuerzo y su trabajo para mejorar las condiciones de vida de la gente que vive en situaciones desfavorables. Ser cooperante implica dejar la zona de confort y someterse a las incomodidades, riesgos e incertidumbre que implica trabajar en países pobres.

Hace unos cuantos años, cuando estrené mi título de enfermera, no podía imaginarme que mi carrera me daría tantas satisfacciones, no solo a nivel profesional, sino personal y humano. Las experiencias que viví a lo largo de todos estos años de profesión, duras a veces, entrañables emocionantes casi siempre, me hicieron comprender que la vida es un regalo que debemos cuidar para preservar la salud, no solo la nuestra, sino la de las personas vulnerables, porque no hay nada que pueda dar más satisfacción que ayudar a las personas en aquellos momentos de crisis donde la vida y la muerte están separadas por un hilo.

En 1987, me hice matrona porque quería formar parte de ese momento mágico en el que una criatura sale de su madre y empieza la vida, y me volqué en acompañar a las mujeres en ese proceso tan natural y tan especial que es la maternidad. Cuando pienso en cuántas madres y cuántos bebés han pasado por mis manos, no puedo más que sentirme agradecida por haber podido colaborar en el cuidado de su salud y en la prevención de aquello que podría haberles dañado. Pero, aunque me dediqué con ahínco a trabajar en programas de salud obstétrico ginecológicos en la Sanidad Pública española, yo necesitaba llegar a otras mujeres, que por haber nacido en países donde los cuidados sanitarios son un bien escaso y difícil de conseguir, no tenían las mismas oportunidades para vivir su maternidad y su crianza de una forma segura y digna.

Mi primera colaboración profesional internacional tuvo lugar en Senegal y junto a un grupo de compañeras matronas trabajamos, primero desde España y después en el terreno, para abrir una maternidad en una de las áreas más pobres y marginadas del país que es Guinaw Rail, con el apoyo de organizaciones como Wings for África[1] y Against Malaria[2]. Aportamos nuestro granito de arena y la experiencia fue única. Inspirada en el conocimiento de las mujeres que conocí allí, un tiempo después escribí la novela La travesía de Fatou[3]  con la que pretendí acercar a los lectores a los problemas que padecen las mujeres africanas y al fenómeno sangrante de la migración subsahariana.

Mi siguiente destino fue Cuzco, en Perú, donde colaboré con Peruvians Heart y montamos un paritorio de urgencia y una consulta obstétrica para las mujeres andinas sin recursos. Después, me marché a Nepal y me uní a un proyecto de empoderamiento de las mujeres de las castas más bajas de una zona rural, como es Chitwan, que organizaba Future Nepal[4].

Como en todos los demás viajes, volví con la sonrisa en los labios pensando que, realmente, aquellas mujeres me habían dado a mí algo infinitamente más valioso que yo a ellas.

Mi última colaboración ha sido en la Fundación Vicente Ferrer[5] en India, donde vi y sentí cómo el esfuerzo y el entusiasmo que aportan los cooperantes y voluntarios realmente puede cambiar el mundo. La organización y el trabajo en equipo que hay en Anantapur hace que los cooperantes que llegamos allí aportemos, con mucha alegría, nuestros conocimientos, con el único objetivo de llegar al mayor número de personas en riesgo de discriminación, desigualdad o pobreza.

En un día como hoy quiero mostrar todo mi respeto a todos aquellos hombres y mujeres que están dejándose la piel para la asistencia, educación y protección de la población en países en conflicto.

Virginia Ten

Matrona


[1] https://www.wings-for-africa.org/

[2] https://www.againstmalaria.com/AboutUs.aspx

[3] https://blogs.es.amnesty.org/comunidad-valenciana/2022/05/05/2280/

TEN, Virginia (2021) La travesía de Fatou. NPQ Editores.

[4] https://futurenepal.org/

[5] https://www.fundacionvicenteferrer.org/