6ª Convocatoria: Curso Escolar 2016-2017
Participación: 140 alumnos/as de 17 Centros Escolares
Relación de los 8 microrelatos seleccionados en orden a la edad del/a participante.
Diario de Julia
Día 30, domingo:
Tras un intenso bombardeo mi padre y yo salimos de la ciudad para protegernos, pero… mi
madre no pudo escapar.
Día 1, lunes:
Hoy hemos tenido que cruzar un río para poder llegar a un sendero.
Estoy muy triste porque mi osito de peluche favorito se ha perdido entre las aguas.
Día 2, martes:
Hoy por fin hemos terminado de andar por el sendero y estoy muy contenta porque papá me ha
dicho que dentro de poco tendríamos una casa para vivir.
La noche estaba muy fría y dormí acurrucada en sus brazos.
Soñé con mamá y con el osito.
Día 3, miércoles:
Hoy hemos caminado por una vía del tren hasta que llegamos a una alambrada plagada de
policías.
Se llevaron a los adultos, incluido mi padre. Yo pregunté que a dónde se los llevaban pero nadie
respondió. Llega la noche, siento frío, nadie me acurrucará.
* Autor: Sergio Bárcena lanza Colegio:C.E.I.P Marqués de Estella
Siempre en mi memoria
Todavía guardo en mi mente la imagen del día en el que mi padre y yo caminábamos para llegar
a Europa. Estábamos casi en la frontera, pero una flota de camiones nubló nuestras esperanzas.
Unos policías emergieron de los camiones armados. Todos nos quedamos petrificados. Casi
rompí a llorar, pero lo único que me ayudó a seguir firme fueron los cuentos que mi padre me
contaba por la noche, de la vida que nos esperaba si cruzábamos la frontera, eso era lo único
que me hacía fuerte.
Los policías explicaron que solo podían pasar cien personas. Mi padre sabía que no podríamos
continuar, puesto que éramos de los últimos. No se lo pensó ni dos veces, aunque sabía que
corría riesgo, me cogió del brazo y consiguió introducirme en el camión de los que pasarían.
Los policías le vieron y se lo llevaron.
A día de hoy le doy las gracias por haberse sacrificado por mí. No sé dónde estará. Cada noche
me invade la soledad y la tristeza. Siempre recordaré sus cuentos.
* Autora: Lidia Gómez Peña Colegio: C.E.I.P. Marqués de Estella
Querido soldado:
Su valentía no es mayor por tener la sangre lo suficientemente fría como para matar a los
ejércitos «enemigos» sin sentir el más mínimo pellizco de miedo. (…)
Desearía que usted fuera capaz de darse cuenta, de que el suyo no es el único punto de vista que
existe en este mundo. ¿De verdad cree que todas las personas contra las que le obligan a luchar
son nada más que desalmados terroristas?
Me hubiera gustado ver su reacción si pudiera haber escuchado a mi hija llorar de miedo,
rogando que la abrazara. (…)
Con esto no pretendo ablandar su corazón, y tampoco quiero que piense que lo considero a
usted como a un monstruo, pero si de verdad la valentía habitara en su corazón, sería capaz de
darse cuenta del error que han cometido al atacar mi pueblo.
No digo que usted solo pueda parar la guerra, me temo que no es más que un hombre, como yo,
como todos los que ahora yacen sobre los caminos que antes albergaban vida; pero si pudiera
negarse a volver a luchar para su ejército, ayudará más que si descarta la opción por no valer su
tiempo.
Escribo esto desde un refugio extranjero, donde el frío y el hambre nos han ido apaciguando.
Sólo quiero hacerle entender que todos queremos el mismo final… La paz.
Mis más cordiales saludos, Adnan.
* Autora: Elisa Fernández Herrero Centro Escolar: I.E.S Vega de Toranzo
No tengo derecho
Me llamo Melody, tengo 10 años, vivo…vivía en Siria, con mis padres. Ellos ya no están
conmigo, sé que nunca lo van a volver a hacer. Nunca más van a sostener mi mano cuando
tenga miedo, en su lugar un hombre cuya identidad me es desconocida me lleva con él.
Tampoco sé a dónde y, la verdad, ya no me importa. No tenía más que a mis padres, mi familia,
y ahora… me queda una vida que no podré vivir. Porque, según parece, no tengo derecho. Una
niña es totalmente indiferente para un mundo en el que lo único importante es el dinero. El
dinero que ganan vendiendo las armas que nos arrebatan la vida. Sé que se puede cambiar todo,
que un grano hace montaña, pero aquí faltan granos.
Entrecerré los ojos y me agarré con más fuerza a la mano de mi acompañante, quien me miró
sin prestarme demasiada atención. Llegamos a un refugio, y me quedé sentada observando
cómo cuidaban a un herido. Tiempo perdido, murió unos minutos después. No tenemos lo
necesario para salvar a nadie, y quienes lo tienen no están por la labor de ayudar…no sé dónde
está lo justo aquí…igual porque no hay nada.
El hombre de antes volvió y se sentó a mi lado, me cogió una vez más la mano y me dijo que
iba a cuidar de mí, que no volvería a estar sola. Recordaré siempre esas palabras, son las últimas
que escuché.
* Autora: Marta Bear Garrido Centro escolar: IES Villajunco
¡Fuimos al mar!
Siempre quiso ver el mar, ella, mi madre, y quiso que todos lo viéramos junto a ella.
Deseaba tanto ir de vacaciones a algún pueblo de la costa para bañarnos en él hasta hartarnos.
Como ella decía “hasta que estemos arrugados de tanto estar dentro del agua salada”
¡Y casi lo consigue!
Fuimos al mar, pero no de vacaciones.
Fuimos al mar, pero no todos juntos, faltaban papá y mi hermano mayor.
Fuimos al mar pero no a bañarnos en la orilla, sino a lo inmenso, a lo oscuro, a lo profundo.
Fuimos al mar pero no daba placer, daba miedo, daba terror.
Fuimos al mar pero no se oían risas en el agua al calor del sol, se oían gritos, llantos, lamentos
en la oscuridad.
De esa oscuridad salió una luz que nos deslumbró, vimos sombras, oímos voces que no
entendíamos pero transmitían esperanza, unas manos blancas se acercaron.
Fuimos saliendo de la oscuridad todos teníamos prisa, tropezábamos, algunos caímos al agua,
estaba tan fría que en un momento casi no podíamos movernos, nadamos lo más rápido posible
y llegamos a la orilla pero… ¿y mamá? ¡Ella no sabe nadar¡
Ha pasado mucho tiempo desde que fuimos al mar. Nuestros sueños se quedaron entre sus
aguas oscuras. Mamá también se quedó en él.
Creo que ella quiso quedarse allí, había perdido demasiado, no tenía fuerzas para seguir.
Desde el campo de refugiados veo el mar.
¿Sabes mamá? No es negro, es azul.
* Autora: María del Carmen Apesteguía Barrueta Centro escolar:CEPA Ataúlfo Argenta
Caminando hacia la luz
Esa mañana fue distinta a todas las demás. Mi padre me despertó muy temprano. Me dijo que
teníamos que marcharnos de nuestra casa y emprender un largo camino. Veía a mi padre muy
ilusionado y sentí que todo iba cambiar. Dijo que cogiese solo lo necesario. Me puse el vestido
morado de flores que me cosió mamá. Así la tendría presente en nuestra nueva casa y me daría
fuerzas para seguir adelante y no rendirme. Mi padre me cogió de la mano y juntos
emprendimos nuestro viaje hacia Hungría. Por lo que oía a mi padre, Hungría era lo mejor que
nos podía pasar. El viaje fue largo y difícil. Llegamos a una estación después de casi dos días
caminando. Estaba muy cansada y tenía mucha hambre. A pesar de todo, mi padre estuvo
siempre a mi lado y, cuando veía que estaba muy cansada, me llevaba en brazos. Después de
varias horas esperando, por fin llegó el tren. Aquella máquina maravillosa nos llevaría lejos de
las balas y las bombas. Teníamos esperanza. Durante todo el viaje me fijé en otros niños que no
tenían la misma suerte que yo: iban solos. A una parte de mí le daba pena dejar el lugar donde
había nacido pero lo único que ahora me daba pena era olvidar los recuerdos que tenía de mi
madre allí. Daba igual, llevaba su vestido, el que ella me cosió, por eso, siempre la tendría en mi
corazón.
Autora: Patricia de la Fuente Fernández Centro Escolar: Colegio Esclavas del S.C.
La Verdadera historia que esconden las fotos (Autor: Javier Rodríguez Gómez)
La 1ª foto corresponde a la historia de los chicos y chicas desplazados ruandeses en campos de refugiados de la RDC, contada por su autor, el fotoperiodista Javier Rodríguez Gómez.
REFUGIADOS
Primavera de 1994. Ruanda. Una esquina del mundo atropellada donde algunos quisieron ver a
Caín y otros a Abel. Ruanda, primer genocidio en directo con cifras cercanas al millón de
muertos. Ruanda, una herida en el planeta donde 4 millones de personas se pusieron a caminar
juntas para dejar atrás un país con 26 mil kilómetros cuadrados de cementerio en busca de una
frontera próxima y segura. Y si antes de ayer fue Ruanda o la ex Yugoslavia, ayer, en
Afganistán, Irak o el Cuerno de África se desataba la locura colectiva y millones de personas se
veían obligadas a refugiarse en países vecinos. Hoy, Colombia cumple 50 años de un conflicto
interno que ha generado ya más de seis millones de desplazados internos en todo el país, pero es
sólo la crisis siria la que ocupa las escasas portadas de los refugiados en el mundo. Sudán de
Sur y la república de Yemen, por poner sólo dos ejemplos, apenas existen en nuestro imaginario
colectivo.
De todas las mercancías que se mueven, el ser humano sigue siendo la más conflictiva.
El éxodo llega a ser una patología. Guerras y crisis cuentan por millones sus refugiados. En el
nuevo milenio se producen 24 desplazados por minuto. 34 mil personas que se ven obligadas a
huir todos los días. Son una nación. Más de 65 millones de “fugitivos” que escapan del hambre
y las guerras. Vagan de un lado para otro buscando fronteras y respuestas, cuando no muros,
como el de Europa. Pasado y futuro han dejado de existir. Sólo presente y cosido a la
incertidumbre de la ayuda humanitaria internacional y del día después. Todos ellos viajan con
una causa en común: la intolerancia. Un solo deseo: huir. Una realidad en sus miradas: el
miedo. La mayoría ha experimentado lo que ningún ser humano debería experimentar jamás.