Convocatoria: Curso Escolar 2017-2018
- Grupo A
- Oníricos deseos
- Una vida sin hogar
- Grupo B
- ¡Qué envidia!
- Despojo de la muerte
- Grupo C
- Imperativo presente
- Oscuridad
Participación: Alumnos/as 239
Centros Educativos 14
LOS RELATOS:
ONÍRICOS DESEOS
Se enciende la luz, al fondo la fruta fresca. Me estiro para alcanzarla: se esfumó.
Chorrea una lluvia cristalina, abro mi boca inmensa: se detiene. Multiplico en mi mente números que bailan aritméticamente: nadie los ordena, no hay solución.
Todo es un no: juego a creer que sí, pero lo lúdico se convierte en trabajo, no hay tiempo.
Me agito de enfermedad, la fiebre me despierta: no hay descanso. Apareces: me quedo solo.
El sueño voló: abro los ojos a la realidad. Ábrelos tú también.
Autora: Lara Daniela Cuerdo Colegio Bajo Pas
UNA VIDA SIN HOGAR
Unos niños juegan en el patio al balón, cuando empiezan a llegar los aviones enemigos, los que lanzan bombas, matan a la gente, destruyen los edificios y traen la oscuridad. Muchos días tienen que refugiarse, sin tiempo de buscar a su familia. Cuando llegan, se oye un fuerte estruendo, las bombas empiezan a caer, los edificios comienzan a vibrar. Suena el ruido de cristales rotos y de las sirenas. La gente chillando y corriendo por la calle, sin saber qué hacer. Algunos buscan a su familia. Los niños se meten en un edificio abandonado, oscuro y sin ventanas, creen que aquí estarán a salvo. Pasa el tiempo y no saben si es de día o de noche, solo quieren que acabe todo. Ellos rezan para que termine pronto su tortura, no pueden soportar el ruido. Cuando por fin se produce el silencio, ha acabado el ataque, ellos salen de su escondite y miran a su alrededor, ven que todo está sucio y roto, la gente está triste, algunos lloran, algunos están heridos, otros muertos. Corren de un lado a otro, buscando ayuda.
Piensan “maldita guerra que nos roba la alegría y las ganas de jugar”. Piensan en sus familias, si estarán mejor.
Ellos sueñan con un mundo mejor, con tener un hogar, que acabe la guerra, que no existan conflictos, poder estudiar, comer todos los días, tener ropa, dormir en una cama y sobre todo sueñan con que no haya más muertos y que termine la guerra de los mayores.
Autor: Jaime Vélez San Emeterio Colegio Bajo Pas
¡QUÉ ENVIDIA!
Envidio a mi hermano. Por fin ha conseguido conciliar el sueño, después de tanto tiempo. Desde que mamá y papá murieron, las cosas se han vuelto mucho más complicadas. Nos hemos visto obligados a vivir en la calle, y obviamente pasamos hambre.
La gente normalmente es muy amable, pero nadie puede acogernos, y el dinero que nos dan apenas llega para la comida de un día. Cuando escasea, mi hermano insiste en que sea yo quien coma, aunque siempre le aparto una esquina a él.
Nos turnamos para dormir. Así, si algo peligroso pasa, uno de los dos está despierto. Mi turno pasó hace mucho, pero no quería despertarle… hace meses que no descansa ni tres horas seguidas.
Una vez pasado el verano, pensábamos que sería medianamente fácil vivir de esta manera, pero el invierno es mucho más duro de lo que imaginamos.
Mi hermano me prestó su manta porque hacía mucho frío. Yo me preocupé por él, pero insistió en que estaba bien.
Lleva unos días tosiendo sin parar, aunque parece que al dormir se le ha pasado. Ha amanecido dos veces desde que se acostó, pero parece tan calmado ahora… no quiero molestarle.
Una mujer acaba de darme una bolsa con dos hamburguesas y botellas de agua. ¡Estoy deseando que mi hermano se levante para poder enseñárselo! ¡Se pondrá muy contento!
No puedo esperar, pero he intentado despertarlo y no reacciona. ¡Sí que debe de estar teniendo un sueño profundo!
Qué envidia… yo hace días que no duermo.
Autora: Elisa Fernández Herrero I.E.S Vega de Toranzo
DESPOJO DE MUERTE
Cayó, cayó pesadamente. No pudo tenerse más en pie al flexionar las rodillas para tumbarse. No sintió dolor por el choque de su huesudo cuerpo contra el suelo, ni calor, ni frío, simplemente no sintió nada. Permaneció así, tirado entre el resto de seres temblorosos, como el envejecido saco que tenía debajo: sucio y deshilachado, tratando de conciliar un sueño que no llegaba.
Los ojos le ardían bajo los párpados, los recuerdos fluían por su agujereada mente, inundándola de imágenes. Sentía el aire acariciar sus labios marcando sangrantes surcos con su hoja de hielo. Los agudos pinchazos de su cabeza lo aislaban de los gritos y el olor a humo, de los desgarradores llantos de aquellos que nunca habían tenido nada y aun así lo habían perdido todo.
Observándolo, no podría afirmarse que siguiera vivo; su pecho apenas se levantaba en un trabajoso quejido que lo separaba de la muerte cada vez más débilmente. No podrían verse los relámpagos que aparecían en la oscuridad de su falso descanso, cubierto con la quietud de un cadáver. Podría, incluso, pensarse que reposa realmente de no ser por su repentino erguimiento, en un último golpe de resistencia, en una negativa a la desaparición. De no ser por la mirada de sus ojos, que deslizando lágrimas que escocían sus labios miraban al frente, a las cenizas, con la enfermiza esperanza del animal herido que salta hacia su depredador en un último ataque de furia.
Autora: Yone Pagalday Altuna IES Leonardo Torres Quevedo
IMPERATIVO PRESENTE
Hoy no es un miércoles cualquiera, es el día elegido para la prueba definitiva. Una dulce sensación de victoria recorre de norte a sur el cuerpo del biólogo.
Estamos en el año 2.107. En el planeta Tierra los recursos naturales escasean y la nube de smog no deja pasar apenas la luz. Todo el territorio está dividido en tantas zonas como razas existen. Cada etnia habita en una de ellas sin mezclarse ni comunicarse, separados por altos muros. Dentro, se agrupan a su vez según la clase social, religión, creencias y condición sexual. Cada subgrupo está aislado del resto.
¿Y los niños de la calle? Ellos sobreviven penosamente hacinados en el espacio sobrante, fuera de las murallas, en tierra de nadie. Son la esencia de la desolación.
En aquel laboratorio clandestino, un científico, activista defensor de los Derechos Humanos, se dispone a pulsar el botón rojo que liberará a la atmósfera, en puntos estratégicos del planeta, un gas que al ser inhalado por los humanos, actuará en su cerebro elevando la densidad de la materia gris, activando las neuronas espejo y multiplicándolas en su sistema límbico. Así, la avaricia y el fanatismo mutarán en generosidad y tolerancia.
Ha llegado la hora… ¿Lo conseguirá?
Vaya, no lo veo, ya no tengo conexión con el futuro. Se oyó un zumbido extraño y se ha interrumpido la señal en mi bola de cristal. Hay un mensaje anclado en su esfera:
“Urgente. El sistema está dañado. Es preciso intervenir ya. ¡Ayuda!”
Autora: Eva Lázaro Lafuente CEPA de los Corrales de Buelna
OSCURIDAD
La calle es fría. Es un frío sórdido, seco. Es un frío húmedo que cala los huesos. Un frío provocado por el vaho de la respiración.
La calle es fría y oscura.
Oscura como la boca de un monstruo, con salientes puntiagudos como los dientes del hambre. No hay farolas, y las que había hace tiempo que están rotas. En el cielo no hay estrellas.
En la oscuridad las sombras se confunden. Los ruidos cortan el silencio como balas, las pisadas son disparos. En la oscuridad, si yaces en el suelo nadie pregunta, porque la suciedad te camufla con el suelo. Asusta. Pero la oscuridad te da alas, te cobija como a un hijo.
La oscuridad acentúa el frío, recuerda el hambre. Acoge los lamentos.
La oscuridad, en la calle, es al mismo tiempo temor y seguridad.
Verdugo y salvación.
Autora: Alicia Abascal Astobiza IES Lope de Vega
Las historias que esconden las fotos:
Niños de la calle. Les enfants des rues . Street children. Meninos e meninas de rua…
Están por todas partes. Viven y duermen en la vía pública. Son legión. Unos 150 millones. Algunos han nacido pegados a las aceras aunque la mayoría ha abandonado sus hogares fruto de la violencia familiar, de los desastres naturales y de los conflictos armados.
Expuestos al abuso, la violencia y la explotación, algunos viven de la delincuencia, la mendicidad y el engaño. Otros se dedican a la venta ambulante, a lustrar botas o a recoger plástico y cartón. También a la prostitución. La gran mayoría duerme en manada al calor de los andenes de estación y de las alcantarillas de las grandes ciudades. Los más favorecidos llegan a tener una manta en propiedad o una caja de cartón. Incluso les hay que llegan a pasar la noche en cuartos y colchones que les brindan las casas de ayuda a la infancia.
Casi todos son víctimas de las drogas baratas, de las enfermedades más comunes y de la rivalidad con otros grupos. Si en muchas ciudades se les persigue y castiga en otras simplemente se acaba con sus vidas.
Maicon, Mutahii y Falak comparten realidades parecidas. Apartados del bienestar y la abundancia sus vidas han sido arrojadas a escenarios sin escapatoria. Su futuro, cuando menos, es confuso y desconcertante.
Los tres llevan el miedo atado. Se puede leer en sus miradas. Sienten la necesidad de hablar pero se contienen. La calle sigue siendo su escuela, su abrigo y su código; pero también su castigo. Casi todos llevan los escarmientos a la vista.
Maicon es un “menino da rua” de la ciudad brasileña de Salvador de Bahía. Vivía en la favela de Alagados y ahora lo hace en las calles de la capital. Sobrevive del robo y la violencia.De los 11 años que aparenta, lleva tres trajinando la calle.
Mutahi es africano. Hijo de una mujer que se prostituía a cambio de unos saquitos de harina de maíz. Mendiga en las calles más transitadas de Kampala, en Uganda. Tiene 13 años y la primera digestión de la mañana es fruto de lo que encuentra entre la basura.
Falak es un niño indio de 13 años que llegó a Bombay engañado. Subsiste de hacer pequeños encargos y vender su sangre en los bancos ambulantes de ciudad. Siempre al mismo precio, el equivalente a 25 céntimos de euro. Desconoce la fluctuación que ésta tiene en el mercado negro.
Maicon, Mutahi y Falak son vidas parecidas. Retratos de los laberintos que dibujan el hambre y la fatalidad en los cinturones de las grandes urbes. Los tres aparentan estar deshumanizados. Ninguno de ellos entiende su problemática, y si la entienden, se la callan. Los tres han decidido asomarse al mundo para manifestar que ellos también existen. Pero por ahora, la calle seguirá guardando sus secretos, su odio y su crueldad. También sus ratos de afecto y ternura.
Javier Rodríguez Gómez – fotoperiodista