Castilla – La Mancha
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«El rencor no vale la pena», decía. «Cuando empuñas un arma para matar a otro, tú ya estás muerto. Eres un muerto andante. En tu corazón no hay nada, solo odio y odio y nada más».

Era 29 de mayo y Doris Valenzuela había dado ya una primera charla a jóvenes estudiantes de la Escuela de Arte de Cuenca. Tomábamos un refresco en una terraza junto a la biblioteca municipal donde celebraríamos el segundo acto. Nos relataba algunos de los brutales pasajes de su biografía, apenas un año más larga que la mía pero desmedidamente más dura.

Sin embargo, su mente y su corazón estaban en ese momento muy lejos de la tragedia, del horror de las casas de pique, del desgarro producido por las muertes violentas de dos de sus hijos en Colombia, de las amenazas que la habían forzado a huir de su amada Buenaventura pocos meses antes, de su escepticismo en este proceso de paz. Su principal inquietud ese lunes primaveral eran las noticias que le llegaban a través del teléfono sobre el nacimiento de su primera nieta, que estaba cerca de producirse en la isla de La Palma. Tras la charla y antes de acompañarla a la estación del AVE, compartimos merienda en casa de Diego. Las charlas habían salido bien. El parto también. Volvimos felices a casa.

Meses después, cerca del Día de los Derechos Humanos, volvimos a encontrarnos en Talavera de la Reina. El instituto donde trabajo, que forma parte de la Red de Escuelas, y el Grupo de acción propusieron a Doris dar sendas charlas a estudiantes de Secundaria y Universidad. Aceptó inmediatamente. Y su visita no pasó desapercibida. Toda persona que la escuchaba, todo periodista que la entrevistaba, quedaba admirado por su personalidad y conmovido al conocer su historia de lucha frente a la violencia de los paramilitares, el desplazamiento forzoso de comunidades enteras o el reclutamiento de jóvenes para el conflicto. El crudo relato de su vida concluía siempre con un mensaje de amor, en favor de la justicia social y la no discriminación, de esperanza en el ser humano y ausente de rencor. «El rencor no vale la pena», decía. «Cuando empuñas un arma para matar a otro, tú ya estás muerto. Eres un muerto andante. En tu corazón no hay nada, solo odio y odio y nada más».

Huir de la violencia de los paramilitares en Colombia no la libró de ser víctima de otra forma de violencia, la más presente en todo el mundo y letal para las mujeres por el hecho de serlo. Un muerto andante con un corazón cargado de odio machista quiso silenciar a Doris para siempre el pasado miércoles 11 de abril. Pero Doris no ha desaparecido. Doris sigue viviendo en la Calle Puente Nayero, como afirmaron sus compañeras de Conpaz dos días después de su muerte, en el cuarto aniversario del espacio humanitario que ella contribuyó a crear. Doris vive también en La Palma, en Murcia y en Madrid, y en tantos otros sitios y personas en cuyas conciencias ha sembrado semillas de dignidad y amor, como en un instituto de Talavera, donde cientos de alumnas y alumnos recibieron de ella una lección contra el odio y la violencia que nunca borrarán de sus memorias.

Texto de Alfonso Sánchez, coordinador de AI Castilla-La Mancha.

Imagen de Olalla Ruiz, ilustradora, diseñadora y activista de AICLM.

Vídeo de Carolina Paniagua, profesora y responsable de la Red de Escuelas por los DDHH en el IES Juan Antonio Castro.