Bernardo Caal (Guatemala): «El río sigue ahí. Todavía está preso, pero sé que lo vamos a liberar»
Bernardo Caal Xo tiene 51 años y es maestro y defensor de los derechos humanos de Guatemala. Estuvo encarcelado cuatro años, entre 2018 y 2022, por su actividad en defensa del río Cahabón, cuya comunidad indígena considera sagrado. Caal visita Ciudad Real el próximo 20 de febrero. Con él habló nuestro compañero Dani Vilaró de su paso por la cárcel, de la defensa de los derechos humanos en un país, Guatemala, muy afectado por la impunidad y la corrupción, y de lo que para él supuso el apoyo que recibió de muchas organizaciones internacionales, entre ellas Amnistía Internacional.
Dani Vilaró (Comunicación de AI Catalunya), 01 de febrero de 2024
¿Quién es Bernardo Caal y cómo se convierte en defensor de los derechos humanos?
Yo pertenezco al pueblo q’eqchi’. Cuando era pequeño mis padres, que no sabían leer ni escribir, me envían a estudiar a cuarenta kilómetros de casa. Allí aprendo el castellano y después me hago maestro. Cuando comienza el problema con los proyectos de las compañías hidroeléctricas en el río Cahabón, la comunidad me pide que sea el portavoz de las movilizaciones. Me piden que diga en castellano lo que queremos decir, lo que sentimos como pueblo. Y yo asumo la misión y me convierto en su voz. En ese caso, ser maestro, hablar castellano, me trajo consecuencias.
¿Qué ocurre en el río Cahabón?
Vosotros entendéis el río como un recurso natural; para nosotros es un río sagrado, un bien común, de todos, y esto es muy importante. El libro sagrado de los mayas, el Popol-Vuh , transmitido de generación en generación oralmente (a mí me lo contaba mi abuela), menciona el río como el escenario de dos personajes. En 2015 se pone en marcha la construcción de dos complejos hidroeléctricos, OXEC y RENACE, este último construido por el grupo español ACS. El complejo afecta a más 70.000 indígenas a lo largo de todo el río Cahabón pero nadie nos pregunta nada, no nos consultan. Y se desvían las aguas y se canalizan 50 de los 195 kilómetros del río para contentar a estas empresas sin tenernos en cuenta, como si no viviéramos allí. Por donde pasaba nuestro río, ya no pasa porque se lo llevan canalizado.
Es entonces cuando se moviliza.
Sí. Empezamos una oposición pacífica para detener la construcción de los proyectos hidroeléctricos, de los que denunciábamos una serie de irregularidades y, sobre todo, el incumplimiento de una consulta previa a los pueblos indígenas que habitamos en la zona. En 2017 iniciamos una serie de recursos legales y se abre una investigación contra el proyecto OXEC. Los tribunales reconocen la vulneración del derecho a la consulta libre, previa e informada de los pueblos indígenas, reconocido por el Derecho Internacional en el Convenio 169 de la OIT. Como represalia a estas acciones, soy objeto de una campaña de desprestigio y estigmatización en prensa, televisión y redes sociales. Se me acusa falsamente en una investigación penal de supuestos actos de violencia. En noviembre de 2018 me condenan a siete años de cárcel, de los que cumplo cuatro.
¿Y cómo es ese paso por la cárcel, sabiendo que eres inocente?
Yo lo califico de tortura carcelaria. Entro en prisión siendo inocente, víctima de la criminalización de mi activismo por la tierra y por la defensa del medio natural, por ser defensor de derechos humanos. ¿Qué buscaban con mi encarcelamiento? Minar mi credibilidad. Se inventaron delitos. Y de un día para otro me encuentro encerrado en medio de criminales, asesinos, gente condenada a 100, 200 años… La tortura comienza cuando mis dos hijas, por ejemplo, me ven en televisión convertido en un delincuente. Pasas un mal rato. En prisión no hay ningún tipo de control: abren la puerta y venga, hacia dentro. Allí mandan los mismos presos, no hay autoridad. Es duro: dormíamos hacinados, en condiciones inhumanas, crueles. Cuando se encarcela a un defensor de derechos humanos buscan que te hundas, que tu activismo se debilite o que directamente se acabe, que le pongas fin.
Pero contigo no lo consiguen…
No (ríe). Yo sabía que no era ningún delincuente, que era defensor de los derechos humanos, y ahí dentro siempre lo mantuve. Los ataques contra activistas buscan imponer unas políticas y un sistema que empobrece a familias y comunidades. Un sistema que no quiere comunidades educadas, alfabetizadas, que quiere silenciarlas. Cuando se me encarcela, si yo me callo, si se me silencia, entonces más de 200 comunidades indígenas se quedan sin voz. Era una gran responsabilidad, y la asumí. Mi papel era el de no quedarme callado. Si yo me echaba atrás fallaría a mi comunidad. Pensé que la cárcel, a pesar de ser un sitio terrible, no me asustaría. Que saldría adelante. ¿Quién se animaría a hablar o tomar mi relevo, si yo callaba? Como pueblo no podíamos permitirnos volver atrás unos años. Y no lo hice. Me mantuve firme. Aguanté los cuatro años.
¿Y ahora cuál es la situación de los proyectos hidroeléctricos en el río? ¿Se ha logrado detenerlos?
Parcialmente. De nueve licencias sobre el río, cuatro se hicieron y el resto están detenidas. Son procesos largos, incluso con implicaciones internacionales porque están afectadas empresas transnacionales. Nosotros queremos que nos devuelvan el río, que vuelva a fluir libre. Y tenemos esperanza de que podremos ganar la batalla. Las empresas sólo están preocupadas de dónde ubicarán la sala de máquinas. Pero para nosotros el río es nuestra cultura, el conocimiento, la vida… El río sigue ahí, está preso, pero hablamos y nos movilizamos en su nombre, y sé que lo liberaremos.
Bernardo, ¿qué supuso para ti recibir el apoyo de Amnistía Internacional y otras organizaciones? Llegamos a recoger hasta medio millón de cartas para tu caso…
Fue muy importante. Ayudó a revertir la imagen negativa y criminalizadora que tenía en Guatemala . Empecé a recibir visitas en prisión, de diputados de mi país, del Parlamento Europeo, de otras personalidades. Esto hizo ver a las autoridades guatemaltecas que mi caso era conocido fuera del país. Yo siempre entendí que quien estaba encarcelado no era Bernardo Caal, sino todo el pueblo q’eqchi’, y que ese apoyo era bueno para la causa. Se recogían y entregaban firmas por el caso a las embajadas, a los ministerios. Yo también escribía cartas, se difundían por redes sociales… Dentro de la cárcel también me ayudó que tanta gente de fuera de Guatemala siguiera mi caso. Pienso que incluso sirvió para que no me mataran ahí dentro. Supuso como una especie de blindaje, una protección.