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“Hay que apostar fuerte por los jóvenes, por su entusiasmo y su energía”

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Entrevistamos a Dominique Vernai Juillet, ganadora del III Concurso de Microrrelatos por el derecho a la vivienda.

Dominique nació en 1953 en Chazelles-Sur-Lyon, Francia, y reside en Salinas, Asturias, donde trabaja como profesora de francés. Ha publicado relatos en El País Semanal y en espacios radiofónicos (SER).Ha ganado varios premios en certámenes literarios, es traductora del guión del cortometraje The Kiss, de Isaac Bazán, y coautora del libro “In Crescendo”. Ahora, acaba de ganar el III Concurso de Microrrelatos de Amnistía Internacional.

¿Qué relación tienes con la literatura?

Por encontrarme siempre separada de personas a las que quería y quiero —al no poder estar de los dos lados de los Pirineos a la vez—, la escritura fue y sigue siendo vital para mí. Pero desde hace unos diez años ya, no es solo una vía de comunicación con los demás, es también una manera de encontrarme a mí misma.

¿Por qué te decidiste a participar en el Certamen de Microrrelatos de Amnistía Internacional?

Supe del certamen por el post de un compañero de letras en Facebook; nos animaba a participar en el concurso y el tema me pareció muy interesante.

¿Cómo te inspiraste para tu microrrelato?

Primero, leí vuestro informe que acompañaba las bases del certamen. Luego, el día anterior a enterarme de la propuesta de Amnistía Internacional Madrid, me había llegado otra propuesta de trabajo en la que se nos pedía escribir un relato a partir de una foto; era la de una caja, sin más, y en seguida saltó la chispa.

¿Cómo definirías tu microrrelato? ¿Qué querías transmitir con él?

Es un microrrelato «matrioska» con historias metidas unas dentro de otras. Es un relato que se quiere claustrofóbico, como lo puede ser vivir en un lugar en el que la persona, si bien podrá comer, protegerse del frío y del calor, sentirá al otro como un agresor de su propia individualidad por culpa del hacinamiento. Y como música de fondo: la televisión, vertedero constante de basura alienante.

¿Qué proyectos futuros tienes en relación con la literatura?

Después de haber sido coautora de “Incescendo” publicado por Anroart, publiqué un libro de relatos “No te quites la costra que te quedará marca” , y una novela, “¿Y ahora qué, Emma?” (Unaria Ediciones). Ahora estoy trabajando con una joven ilustradora en un cuento que, de alguna manera, tiene mucho que ver con el microrrelato “la caja”. Cuando esté listo, Amnistía Internacional Madrid será la primera en recibir un ejemplar.

¿Cómo animarías a alguien a luchar por el derecho a la vivienda y otros derechos humanos?

Para animar a alguien a colaborar con Amnistía Internacional, habría primero que enseñarle a mirar a su alrededor y permitirle tener una visión menos sesgada de “su” mundo. Y aquí es donde, en mi opinión, la literatura, el cine, la música… pueden jugar un papel esencial. Hay que apostar fuerte por los jóvenes, por su entusiasmo y su energía.

Transcribimos aquí el microrrelato ganador:

La caja

Veinte metros cuadrados para cinco no daban para ese espacio al que cada uno de nosotros creía tener derecho, y fue en un mega bazar chino en el que mi madre encontró la solución: «caja-espacio propio por dos euros».

Desarmada para facilitar el transporte de la tienda a casa, montamos la caja entre todos y decidimos colocarla en medio de lo que nos empeñábamos en llamar «salón». Por las mañanas de ocho a diez permanecía vacía y abierta para su aireación, pero luego podíamos meternos en ella, por turnos, para disfrutar de una o dos horas de privacidad. A mí me gustaba pedirme la caja de diez a doce, antes de que pasara mi hermano mayor que siempre la dejaba con algún que otro kleenex sucio, de mi madre que la llenaba de sueños imposibles, de mi tía que impregnaba sus paredes de olor a colonia Nenuco —la preferida del hijo que nunca había tenido—, y de mi abuela que la moteaba de miguitas de pan, «para los pájaros», decía. Yo me limitaba a llenarla de palabras que recogía después en un cuaderno por si un día…

El único que no la quiso usar, al principio, fue mi padre, y cuando lo hizo decidí marcharme de casa.

—Le abrí un ventanuco —nos dijo desde su oquedad—, para poder ver la tele.

 

Le carton

Vingt mètres carrés pour cinq personnes ne suffisent même pas à imaginer ce petit espace bien à soi auquel chacun pense avoir droit, et ça a été dans un méga bazar chinois que ma mère a trouvé la solution : «caisse-espace privé pour deux euros».

Démonté, pour faciliter son transport du magasin à la «maison», le carton a de suite été remonté au beau milieu de ce que nous insistions à appeler «salon». Le matin il restait vide et ouvert pour en faciliter l’aération, mais ensuite nous pouvions nous y enfermer à tour de rôle et profiter ainsi d’un moment d’intimité. Moi j’aimais bien y entrer le premier, de dix heures à midi, avant le passage de mon frère qui y laissait toujours traîner quelques kleenex sales, de ma mère qui  le remplissait de rêves impossibles, de ma tante qui l’imprégnait d’une odeur à eau de cologne d’enfant – celle de ce fils qu’elle n’avait jamais eu -, de ma grand-mère qui le mouchetait de miettes de pain «pour les oiseaux» qu’elle disait. Moi je me limitais à le remplir de mots que je ramassais et enfermais ensuite dans un cahier pour si jamais un jour…

Le seul qui n’a pas voulu l’utiliser, au début, çaa été mon père, et quand il l’a fait j’ai décidé de partir.

J’y ai ouvert comme un petit vasistas – nouos a-t-il dit depuis son gouffre – pour pouvoir regarder la télé.