Castilla – La Mancha
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Entrevista a Juan Sosa, líder indígena mexicano: «No podemos decir que somos dignos cuando fuera de nuestro propio hogar se violan los derechos humanos»

La población, la sociedad civil es la que puede parar las guerras y las masacres, pueden parecer pequeñas acciones, pero si son muchas, logran muchas cosas. Una de las necesidades es visibilizar que a nivel global se siguen violando los derechos humanos y hay que seguir defendiéndolos.

  • Ofreció una charla virtual el 20 de mayo destinada al alumnado de la Red de Escuelas por los Derechos Humanos de Castilla-La Mancha
  • En 2014, Juan Sosa, líder del pueblo indígena zapoteco, fue protegido por el Programa de Acogida Temporal de Defensores de los Derechos Humanos de Amnistía Internacional

En el marco de una serie de charlas dirigidas a los institutos de la Red de Escuelas por los Derechos Humanos (REDH) en Castilla-La Mancha, Amnistía Internacional invitó el pasado 20 de mayo de 2021 a Juan Sosa, dirigente mexicano de la Organización de Pueblos Indígenas Zapotecos (OPIZ). Víctima de desaparición forzada, torturas y amenazas, Juan Sosa fue protegido en 2014 por el Programa de Acogida Temporal de Defensores de Derechos Humanos en Riesgo de Amnistía Internacional.

En su apartado sobre México, el informe anual de Amnistía Internacional de 2020 presenta casos de homicidios ilegítimos, ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, torturas y malos tratos, amenazas y hostigamiento contra personas que defienden los derechos humanos. Es el caso de numerosos indígenas de la región de Loxicha, de la que es originario Juan Sosa, en la que vive una buena parte del pueblo indígena zapoteco. Por otro lado, el informe de Amnistía Internacional ‘La larga lucha de los pueblos indígenas de América en defensa de sus derechos’ (2014), indica que “En América, los pueblos indígenas se han enfrentado a la discriminación, las agresiones y las injusticias, y se han levantado por el respeto a sus derechos y por la defensa de sus tierras ancestrales, sus recursos y sus formas de vida (…). Hombres y mujeres indígenas luchan por mantener una existencia digna en medio de numerosas formas de injusticia sistémica y quienes defienden sus derechos son víctimas de ataques violentos e intimidación.” El testimonio de Juan Sosa, que hemos entrevistado tras la charla con los estudiantes de Castilla-La Mancha, es un ejemplo concreto de ello y recoge todos los elementos mencionados en ambos informes de Amnistía Internacional.

¿Qué te llevo a comprometerte por la lucha de los derechos humanos de tu pueblo?

Tiene que ver con el contexto donde uno nace y crece. Yo crecí en un contexto de mucha pobreza. Mis padres eran analfabetos y campesinos. Para pagar la deuda del casamiento, mi padre tuvo que irse a trabajar de sol a sol al campo, a la montaña. Teníamos cabras y yo las cuidaba, así que no pude hacer los estudios primarios hasta los nueve años, ya que bajar a la población a estudiar implicaba dejar a la familia con los quehaceres propios del campo. Yo soy el mayor y cada dos años tenía un nuevo hermanito que también requería mi apoyo.

Los años 70 era una época convulsa en México, había tenido lugar la matanza estudiantil del 68, la operación Cóndor y la persecución de las guerrillas, que se extiende hasta nuestros días. Yo tendría unos 5 o 6 años, cuando en esa sierra de Oaxaca donde vivía con mi familia llegaron unos soldados del ejército y asesinaron a un campesino y se llevaron a la cárcel a un tío, hermano de mi abuela Esperanza, con esta clásica fabricación de expedientes que se dan en México desde hace mucho tiempo. Poco después le tocaría al abuelo Agustín ir a prisión acusado de narcotráfico, junto con otros abuelos del pueblo, eran los únicos que no podían huir a la montaña cuando llegaba el ejército. Un lunes en la mañana, cuando regresé a la población después de las clases, el abuelo ya no estaba. Decidí entonces que tenía que hacerme licenciado porque se decía que los licenciados resolvían cuestiones sobre los conflictos relacionados con la pobreza, el analfabetismo y la explotación por parte de los caciques locales.

En cinco años superé la primaria. Los fines de semana, tenía que hacer 20 kilómetros para regresar al campo y ayudar en lo que se pudiera. A continuación, como no había secundaria en la población me tuve que ir a la Ciudad de México. Cada curso, el último día de clase en las vacaciones, salía para Oaxaca para ayudar a la familia en el campo. En este contexto, me volví cooperativista, porque mis tíos, padres y abuelos habían formado una cooperativa de ahorro y crédito y posteriormente de consumo, para enfrentar las condiciones en las que se desenvolvía la población, que eran de mucha pobreza.

Las cooperativas de ahorro y crédito habían crecido mucho en el sureste y a nivel nacional con la Confederación Nacional de Cajas Populares. Hacienda quería entonces imponer gravamen a estas cooperativas y nos opusimos. Era el año 1998 y estábamos en la pelea cuando se dieron numerosas desapariciones forzadas, en la que yo me encontré. Las desapariciones forzadas estaban vinculadas al combate a la guerrilla del autodenominado Ejército Popular Revolucionario, que había realizado ataques armados en el estado de Oaxaca. Se utilizó como pretexto para la persecución a todo movimiento opositor. Viví 25 días de torturas físicas y psicológicas para que yo me auto-inculpara de delitos que ni siquiera conocía ni entendía. Mientras tanto, mi familia no sabía mi paradero y empezó a buscarme. Ya había muchos presos políticos indígenas y mi esposa empezó a visitar a las familias de otros presos para entender los mecanismos de cómo buscarme.

Me llevaron a una prisión regional en el Istmo de Tehuantepec, acusándome de pertenecer a la guerrilla, de terrorismo, de homicidios. Me habían obligado a firmar hojas en blanco. Ante esa situación decidí, junto con mi familia que logró ubicar mi paradero al cabo de un mes, dar la batalla legal, porque no éramos los únicos en esa situación y no íbamos a pagar por delitos que no habíamos cometido. Los policías me decían que por lo menos me iban a caer 40 años en prisión.

Pero el 11 de mayo del 2001, después de tres años de cárcel, logré salir del primer penal de máxima seguridad de México, ahora hace justo veinte años de esto. Salí libre y decidí que había que liberar a todos los que estaban en esa situación. Así pues, tomamos la decisión de enfrentar al Estado y nos organizamos para que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos escuchara a los indígenas. Tuvimos que recurrir a una huelga de hambre, porque nuestras cartas y nuestras llamadas no salían del penal. Al final logramos un compromiso para que las familias de los presos pudieran visitarles después de más de tres años sin verlos. Se hicieron visitas colectivas y logramos el compromiso de la Comisión Internacional de Derechos Humanos de darle seguimiento a los expedientes y a las quejas que se habían puesto para obtener la libertad, ya que habíamos demostrado que no teníamos nada que ver con los delitos que se nos imputaban.

Los indígenas encarcelados y acusados de ser los principales promotores del movimiento armado en la región de los Loxicha eran nada más autoridades de San Agustín Loxicha, un municipio de la Sierra Sur. Después de muchas gestiones, salieron libres en 2018, pero hay mucha gente todavía de la región a los que se les acusa de delitos que no cometen y que están en las prisiones de México nada más por ser pobres, no porque tengan algo que ver con narcotráfico o delincuencia organizada. Muchas veces, los indígenas no saben ni leer ni escribir y, como no hay independencia del poder judicial, es una situación política que se repite cada día sin que se encuentren mecanismos para revertir esta situación.

¿Cuáles han sido los logros de tu activismo?

El problema de México es que los movimientos sociales, indígenas y populares prácticamente no tienen para dónde hacerse. Una de las satisfacciones más grandes que puedo tener es anunciar que se ha liberado a una persona, pero el problema es que siguen deteniendo, asesinando y desapareciendo. Es una espiral de violencia de nunca acabar. Lo que pudimos hacer es visibilizar toda esa violencia.

En el 2006, hubo una represión en Oaxaca con más de 500 personas desaparecidas y muchas de ellas torturadas. A las mujeres que detenían les cortaban el cabello, porque en Oaxaca es una tradición llevarlo largo. De nuevo, en 2013 hubo detenciones colectivas muy fuertes en Oaxaca, entre ellos estaban los líderes que habían participado en los movimientos de 2006. Cuando decidí que iba a defender a los presos que habían sido acusados de ser terroristas y guerrilleros sabía que ponía en riesgo mi vida, sabía que aquellas amenazas que había recibido de que no dijera que me habían torturado las podían venir a cumplir, pero nunca pensé que eso incluía también a mi familia: íbamos todos en un mismo vehículo y nos tirotearon. La niña más pequeña tenía 6 años, la otra 10 y el mayor 16. Escapamos porque tuve la pericia para eludir el ataque, pero el Estado no se hizo responsable de nuestra seguridad ni de nada y tuvimos que escapar de México.

Hablar de logros, de cosas que pudieran llenarme de satisfacción, es hablar de haber conseguido la liberación de compañeros que llevaban años en prisión y cuyas familias daban casi por hecho que no había modo de lograr su libertad porque todo el aparato de Estado había operado de tal manera que se quedaran por años ahí. No les fabricaban solo un expediente, había compañeros a los que les había fabricado hasta cinco expedientes y el delito más grave del que se les acusaba era homicidio. Pero tuvimos la capacidad de ir denunciando cada una de las anomalías de los expedientes. Entre ellos hay personas que no saben ni leer ni escribir y que son sentenciados a treinta años de reclusión. Muchas veces compurgan la pena y la autoridad ni siquiera tiene mecanismos para las liberaciones y siguen en prisión. Esto da una idea del sufrimiento y la indefensión que tienen los indígenas en México.

Este gobierno actual prometió una ley de amnistía nacional, que está todavía vigente, pero las liberaciones que se han dado son muy escasas. Y no es porque no existan elementos que evidencien que hay fabricación de expedientes, pero hay todo un aparato judicial que trabaja para castigar a los pobres, no hay voluntad política para mejorar las condiciones de vida que sufren las poblaciones indígenas en México.

Juan Sosa

¿Ahora en la distancia, cómo sigues esa lucha de tu pueblo?

Es muy complicado, de hecho, los primeros meses después de llegar a España, yo no me resignaba a que no iba a poder volver. Y no estaba buscando mecanismos de afincamiento, quería ver cómo volver, qué hacer para que esas injusticias no se sigan repitiendo en Oaxaca, en la población indígena, sabiendo que hay ejecuciones extrajudiciales, represión, persecución, muerte de familiares muy cercanos por esta política inhumana de un estado que está librando una verdadera guerra contra un pueblo pobre. Y es una guerra por los recursos, al fin de cuentas: el oro, la plata, el petróleo, la biodiversidad, es una guerra por quedarse con la producción y la riqueza nacional.

Hay una foto del presidente Peña Nieto con la primera dama, el rey Felipe VI de España y el dueño de Iberdrola. Vinieron a pactar cómo Iberdrola iba a hacer dinero en México con la luz que consumen los mexicanos. Estamos hablando de un neocolonialismo que sigue operando a través de diferentes mecanismos, como la explotación minera en los Valles Centrales, muy cerca de la capital del Estado. Y ya conocemos la lucha de los pueblos de esa región, que se oponen a las explotaciones mineras y de cómo los líderes de esos movimientos han sido perseguidos, encarcelados y/o asesinados. Así que es muy fuerte estar de este lado, conocer que aquí también hay una historia de represión y que la violación de derechos humanos no es privativa ni de Oaxaca ni de México sino que se da a nivel mundial, en contra de los pobres.

Tenemos mucho que hacer y de hecho sigo haciendo cosas. La liberación de los últimos presos loxichas también lo viví como un logro personal, aunque no estaba allá. Cuando llega Peña Nieto al poder, estos presos, que habían sido detenidos en 1996 y en el 2012 llevaban toda una historia de resistencia, huelgas de hambre, manifestaciones de ellos y sus familias para visibilizar su situación. Pero Peña Nieto los manda a penales de máxima seguridad en Tabasco y trabajé para que al menos los regresaran a la ciudad de Oaxaca, cerca de sus familias. Logramos la devolución de los compañeros y viví como propia esa batalla, aun en la distancia. De modo que siento que podemos seguir haciendo cosas, pero claro, queda muy lejos el movimiento social y los parientes. Tenemos la suerte de que estamos la familia completa, esposa e hijos, pero nuestra familia grande (de mi esposa y mía), están allá. Aunque puedo seguir a gran escala lo que está sucediendo, desconozco los pequeños detalles, que podrían ayudarme a hacer un mejor análisis de la situación, para saber adónde va el movimiento social, qué nos espera y qué espera a México.

Lo último que hemos visto con las viejas promesas de López Obrador de que las cosas iban a cambiar e incluso con un discurso muy fuerte en contra de la militarización, es que luego la realidad es todo lo contrario, está haciendo la militarización del país y no logra erradicar este viejo crimen organizado, que tiene ver con la corrupción de la política al más alto nivel, de la misma Presidencia de la República y del Ejército. Cuando estuve preso, yo me encontré con generales del ejército que habían sido detenidos y estaban acusados de narcotráfico. Esa situación, con todo lo que prometió López Obrador y lo poco que ha hecho, sabemos que no se va a revertir mientras que no haya una voluntad política en Washington que genere los cambios para América toda, pero eso no sucede porque una cosa es el discurso y otras son los hechos. Ahora puede haber un discurso de que no habrá muro en México. No lo habrá físicamente, pero no se da acceso libre a los centroamericanos y sudamericanos que quieren ir a buscar la vida a Estados Unidos. Sin embargo, la migración sigue siendo buena para Estados Unidos y para Europa, que se está despoblando y necesita mano de obra.

¿Qué mensaje te gustaría transmitir a las nuevas generaciones?

El futuro de la humanidad ya depende de ellos, nosotros vamos de salida… La Declaración Universal de los Derechos Humanos va a cumplir 73, es una viejita a la que nadie le hace caso. Necesitamos una juventud concienciada. Ahora se habla de los avances tecnológicos, de lo que se va a hacer en Marte o en la Luna, pero si en marte encontramos que hay marcianos, haremos lo mismo que hizo Estados Unidos con los aborígenes de América: desaparecerlos, hacerles la guerra, quedarnos con sus riquezas. Eso es muy grave, porque estamos terminando con la tierra, nos abocamos a conquistar el universo, pero como seres humanos no hemos evolucionado para respetarnos como especie. Necesitamos que haya mucha conciencia, mucho conocimiento de los derechos humanos y que haya mucho respeto de esos derechos humanos, les queda una tarea enorme. La guerra está a nuestras puertas, la observamos cada día en lo poco que nos deja la prensa y los medios, porque al final de cuentas hay una manipulación de esa realidad.

La juventud, nuestros hijos e hijas, nuestros nietos, no se merecen el mundo que le vamos a dejar y hace falta mucho trabajo de conocimiento y de aplicación de los derechos humanos. La población, la sociedad civil es la que puede parar las guerras y las masacres, pueden parecer pequeñas acciones, pero si son muchas, logran muchas cosas. Una de las necesidades es visibilizar que a nivel global se siguen violando los derechos humanos y hay que seguir defendiéndolos, no podemos decir que somos dignos cuando fuera de nuestro propio hogar se violan los derechos humanos.

¿Qué ves en los jóvenes indígenas de tu región?

El problema que tenemos los mexicanos es que hemos dado todas las batallas. Una independencia que no fue, una revolución que el pueblo perdió -más de un millón de muertos y los principales líderes populares campesinos asesinados- y se quedaron los viejos generales represores del pueblo en el poder. De ahí surgió el llamado Partido Revolucionario Institucional, que se quedó con el discurso de que seguían haciendo la revolución, pero incluso Vargas Llosa lo reconocía públicamente en México: tenemos una dictadura de partido. El Ejército, que tiene controlada la Presidencia de la República, sigue siendo el gran represor en México, es intocable, hacen lo que quieren.

En Oaxaca, nosotros hemos visto y hecho de todo sin lograr avances prácticamente. Hubo un salto cualitativo en cuanto al desarrollo político, pero el poder descabezó al movimiento popular, asesinó a los líderes y después de haber hecho tanto, la gente se ha desencantado de cualquier acción que busque un cambio profundo. El poder ha sido capaz de aprovechar el analfabetismo, las condiciones de pobreza y la falta de un desarrollo político, educativo y cultural en los jóvenes indígenas para seguir manteniendo el viejo poder colonial. Nosotros podemos hacer un recorrido histórico y el desarrollo de las poblaciones indígenas es muy poco. Hay movimientos indígenas que tienen una mínima visibilización, como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pero ha estado cercado y acotado. Lo digo con conocimiento de causa porque son nuestros vecinos y Marcos pudo entrar a la prisión donde estábamos y nos vimos. Había ese interés de que el movimiento indígena saliera adelante y no fue así. Ahora vamos a cumplir 30 años del surgimiento público del Ejército zapatista y lo han tenido encapsulado en Chiapas. Nosotros quisiéramos que llegara muy lejos. Pero cuando hablamos de derechas e izquierdas no hablamos de partidos políticos, hablamos de un movimiento global, de un poder político-económico que tiene eso, poder político-económico a nivel global y que nos enfrenta a la mayoría de la población, que somos la izquierda relegada de las decisiones políticas a nivel global y no sabemos qué va a pasar en Oaxaca. Nos han asesinado a los líderes, no tenemos para dónde hacernos.

Desde antes del 2000 teníamos la esperanza de que las cosas cambiaran y cambiaron para peor. López Obrador lleva tres años en el poder sin que haya terminado con el crimen organizado que nos causa cien muertos al día. En Oaxaca tenemos cien feminicidios al año, en una población que no llega a los cuatro millones de habitantes. En México sabemos cómo se trasiega con la droga, cómo se cultiva y quiénes se hacen ricos con ella: el que hace el negocio redondo con el crimen organizado es el vecino del norte, que nos vende de todo. La mayoría somos las víctimas de esta guerra global de la que participamos todos y los grandes ganadores están en Estados Unidos o en Europa. Tenemos pocas esperanzas en que las cosas cambien a corto plazo…

Por eso, cuando hablo del movimiento indígena puedo decir que ojalá que vaya muy lejos. Conozco a los compañeros en las aldeas, hemos vivido la prisión, la represión, los muertos… Mirando la capacidad que Marcos tenía en Chiapas, queríamos lo mismo, pero en Oaxaca se decía que estaba la guerrilla mala y se le aplicaba toda la fuerza del estado: tortura, desaparición forzada, ejecuciones extrajudiciales. Eso es lo que vivimos y eso es lo que hay en todo movimiento popular en Oaxaca. Hay una inteligencia política que conoce los movimientos populares y los líderes; ahora la tecnología ayuda a ese control, como hemos visto en Colombia. Por eso, solo les queda buscar la paz, porque los estaban exterminando.